«Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él». Jonathan Swift
No me considero un genio. Ojalá tuviera motivos para engreírme. Pero no, no los tengo. Aún así, este es el país de la conjura de los necios, este es el país en el que cuando alguien intenta sacar la cabeza y medrar, los neciso se conjuran contra él. Porque, inexplicablemente, en este país el principio de Peter se lleva perpetuando de generación en generación, haciendo que Darwin se lleve las manos a la cabeza dentro de su tumba, mientras en España decimos: «evolución, ¿quién la necesita?».
No he visto un país donde la inutilidad esté más encumbrada, donde la mediocridad se perpetúe u defienda a ultranza, donde los siete pecados capitales estén en el escaparate público, en los puestos de responsabilidad, en la cultura.
Hay dos Españas, como les gusta decir a los políticos, pero no son la de los rojos y la de los nacionales. Una es en la que viven los políticos y sus lameculos y otra en la que vivimos todos los demás.