Nada, nada. Que esto no se soluciona de ninguna manera. No obstante, lo de Barcelona me ha serenado muchísimo. Profesionalmente, me refiero. Meditando un poco me he dado cuenta de que no tengo que trabajar para llegar a funcionario. Eso no tiene mérito alguno, ni recompensa. Ni siquiera económica. Eso lo hace aquél que su cabeza no da para más que para agacharla y dirigirse ciegamente hacia la lejana zanahoria.
Yo quiero levantar mi cabeza, disfrutar del camino, aprender, que cuando llegue a Ítaca recuerde el hermoso viaje. Tengo sifuciente solvencia moral y económica como para no depender de la universidad para vivir, y voy a disfrutar del viaje. Voy a sentirme orgulloso de mí mismo, de mi trabajo.