Las máquinas no pueden escribir poesía

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Las máquinas no sirven para engendrar poesía.
Y eso les duele.
Les duele que todavía
(y espero por nuestro bien que por siempre)
tengan vedado el campo de los sentimientos.
Así que se esfuerzan,
ayudados por los hombres sin alma.
Y transcriben,
copian,
corrigen,
pero no escriben.
Y eso les duele.
Les duele tanto que yo las he visto
(es cierto, las he visto)
llorar desconsoladamente con una casi tierna congoja.
Y aunque algunas canten,
y hablen,
y nos muestren imágenes que ni siquiera nuestra imaginación imagina,
no pueden escribir poesía.
Pero si algún día lo consiguen,
si ese día llega,
la lucha será terrible.
Armados de estilográficas,
llenos los tinteros,
emprenderemos una cruzada
inútil,
romántica
y sobre todo,
poética.
Y moriremos los últimos poetas
a golpes de folios, lápices y cuadernos,
sepultados por monitores, impresoras y altavoces.
Y nuestra epopeya la contarán
generación a generación,
bit a bit,
disco a disco,
de red en red.

Y eso,
eso les dolerá.