Se llamaba Carlota. Se llamaba porque ocurrió en mi pasado, y hace ya nueve años largos que no sé nada de ella.
Lamentablemente me conoció cuando yo era más joven, totalmente inexperto, un kamikaze enamorado. Cometí muchos, demasiados errores, y causé tanto dolor que hay noches en las que recuerdo y reniego de mí.
Entonces yo no era yo. Tampoco yo soy ahora el yo que esperaba ser. A mis 37 años ya estoy empezando a aceptar que he fracasado, que no he llegado a donde pretendía y no llegaré nunca, la situación no tiene visos de cambiar, a mejor al menos.
Pero en aquel tiempo yo todavía estaba más lejos aún de ese yo. En mi descargo aduzco que no hice nada con mala fe, pero eso no me exime de los crímenes que cometí.
Ella era una mujer dura y dulce, maravillosa y madura, seda y hierro, que me llevaba mucha vida de ventaja, y no tuvo por qué aguantar a un niñato inmaduro que derrapaba de arcén a arcén. Aún así, hice cosas por ella que nadie sabe, que nadie sabrá a no ser que las partes interesadas lo soliciten y que no pienso contar aquí. Pero nada valió de nada.
No sé lo que hubiera sido de nosotros, de mí. Es tarde y no hay lugar ni tiempo ni vida, porque ya todo acabó, con dolor y por mi culpa. Sólo me queda como consuelo que en este viaje no estoy solo, y tengo otra mujer de seda y hierro.
Por eso a veces me gustaría pedirle perdón.
Seda y hierro (Antonio Vega)
Sigo en silencio su respiración
acompasando los latidos de dos corazones.
Nunca le han faltado a nuestro amor
para estar vivo razones.
El mismo sueño nos llevó a los dos
en esa hora en que las noches y los días
se prestan uno a otro oscuridad y luz,
verdad y mentira
Donde las haya tenaz,
mujer de cartas boca arriba,
siempre dispuesta a entregar
antes que sus armas su vida.
Mujer hecha de algodón
de seda, de hierro puro;
quisiera que mi mano fuera la mano que talló tu pecho blando en material tan duro.