Autovías y carreteras

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Siguen los días de infarto, y todo oscila alrededor de una posición de equilibrio inestable, deseada y añorada.

El domingo fui a Zaragoza y disfruté con fruición de 100 km. de nueva autovía que te ahorran tiempo y quebraderos de cabeza. O al menos eso pensaba, porque al llevar media hora en esos campos monótonos como el costillar de un buey comencé a añorar las simples y humildes carreteras.

Con el paso del tiempo, que todo lo puede y todo lo lame hasta desgastarlo y hacerlo familiar, cotidiano y conocido, uno acaba por reconocer las curvas de esos cintajos grises que nos llevan de un lugar a otro. Cada curva, cada cuesta, cada árbol, cada pueblo que se adhiere a la carretera y le va dando vida y personalidad. Las autovías ahorran tiempo, restan peligro, pero sólo sirven si quieres ir de un sitio a otro, si no te importa el camino.

Viajar, viajeros… palabras cargadas de connotaciones oníricas, literarias, de personas valientes por naturaleza o necesidad que hacen frente a los avatares que la veleidosa fortuna dispone para los mortales que poblamos el mundo. Quién no ha viajado con Phileas Fog, con Nemo, D’Artagnan, Frodo, alquimistas, soldados, astronautas… Ninguno usaba autovías. La mayor parte de los veces lo importante no era el origen y el destino, si es que éste llegaba a existir. Lo importante era el camino. Lo importante no es llegar, sino cómo se llega.

Ahora, en las autovías, lo importante es llegar. Este mundo que se ha hecho mayor, por desgracia, como decía Patton, y esta vida loca, acelerada, prefabricada y con objetivos a corto plazo, sin perspectiva, nos impele a cruzar mares, océanos, cielos y cordilleras sin reparar en el pobre y humilde camino que yace bajo nuestro pies.

Las carreteras, como los caminos, son sólo para aquellos que tienen 57 minutos para malgastar caminando suavemente hacia una fuente.