A contrapelo

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Lo de ir a contracorriente termina por cansar. Algunas veces, las menos, reconforta y gratifica, pero en este país tan desgraciado, donde creo que jamás en su historia ha habido tanto gilipollas por metro cuadrado, donde la imbecilidad está encumbrada con márchamo de calidad,, donde los más indeseables ostentan todo tipo de poder, lo de ir a contrapelo empieza a pasar factura.

Con demasiados frentes abiertos a la vez, uno ya empieza a cuestionarse sobre el sentido de todo, de absolutamente todo. Porque pelear ya no reconcilia con nada ni con nadie, ni siquiera con uno mismo. Y todo parece indicar que lo más rentable sería dejar caer los brazos, rendirse ante la evidencia y el mundo y ser uno más, sin sombra y sin espejo, sumergirse quedamente en el marasmo y la mediocridad.

Mires donde mires este país duele. Esta sociedad, egoísta y cainita, se aboca a la perdición totalmente engreída y soberbia, regocijándose en si ignorancia y enviando a la hoguera a aquel que no comulga con la ortodoxia.

Y tras tanto pelear para descubrir que estás en el mismo sitio, que la Fortuna es ahora una vulgar prostituta que mendiga su cuerpo mientras la Necedad gobierna el mundo de una manera caótica, a uno le dan ganas de sentarse a ver qué pasa, sentarse a ver la tele y dejar de pelear. Cumplir con la ortodoxia del Gran Hermano, el de Orwell y el de España, y rendir sus pendones ante tan implacable enemigo.