Tres días de infarto

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Esta semana han comenzado las clases. Al fin he empezado a justificar, no del todo, el sueldo que cobro. Y claro, las imprudencias se pagan. No se puede estar impunemente un cuatrimestre sin hacer nada, porque el otro te lo pasas sin vivir en ti.

Lunes, martes y miércoles he estado sin parar impartiendo clases y tratando de hacer las cosas medianamente bien. He sacado una contractura o un tirón en el cuello. Para que digan que dar clase no es peligroso.

Como todos los años, siempre que empiezo a dar las clases me da la impresión de que no las doy tan bien como debiera. Para postre, me estoy leyendo un libro de cómo ser buen profesor, que ha dado esta ínclita UV, y no lo hago bien del todo.

Mi universidad. Maravillosa. Aparte de ese libro, en el que se han gastado el dinero para sugerirme que no enseño bien, ahora se ve inmersa en unas elecciones a rector con un solo candidato: el actual rector. Nadie más se ha presentado. El fanatismo impide que nada en este país prospere. Un rector mezquino, menguado, inicuo y pésimo gestor que mantiene a esta universidad abocada al fracaso más estrepitoso. Un rector que encima hace campaña política (creo que la mayor desfachatez, desvergüenza y deshonor es hacer campaña cuando eres el único candidato) y no tolera disidencias, ni anónimas ni mucho menos personales.

Nuestar empresa va como siempre: cuesta abajo y sin frenos. No sé si de culo o de cara. Lo de sangre, sudor y lágrimas ya es una realidad. Ayer mi hermano y socio se arreó un tajo impresionante en el dedo que requirió puntos de sutura. De dos puntos. A ver si llega el tiro libre adicional.