La historia de la desaparición de Robert A. Teleman fue el fruto del esfuerzo y la constancia de una única persona, Samuel Garcia, que comprometió su reputación y aun su carrera en recopilar, con la minuciosidad más exasperante, una serie de hechos y signos, aparentemente inconexos, que ayudaro a revelar primero, y a develar posteriormente, uno de los misterios más aterradores de este ya exhausto siglo XXI. Merece consignar en estas páginas las líneas generales del proceso que llevó hasta este texto que hoy se encuentra entre sus manos por primera vez. Como comentó en su autobiografía («Samuel Garcia, a la caza de una quimera», publicaciones Albemut, 2148), la pista comenzó con un extraño manuscrito que arribó un día cualquiera de enero de 2126 a la editorial de Milos Kovapoulos, editor de segunda categoría en Carlsbad, Nuevo Méjico (USA), y amigo personal de Samuel. El manuscrito, ajado y maltrecho, parecía haber soportado con poco éxito un calvario de editorial y oficinas de correos, y se presentaba con una carta, copia de una original perdida hace ya tiempo, en la que relataba, sucintamente, la explicación de la misteriosa desparición de Robert A. Teleman. Kovapoulos descartó su publicación por la deficiente calidad literaria, amén de la escasa innovación argumental. No obstante, destacó «la extraña sensación de que aquello no era una novela, sino un diario», sensación que transmitió a su amigo Garcia.
Avivado por la curiosidad, Samuel buscó en los archivos de desaparecidos a Teleman, con resultados infructuosos. Al menos en los últimos cincuenta años no constaba ninguna desparición «misteriosa» de ningún Teleman, entiéndase que no tuviera explicación o no se hubiese encontrado el cadáver.
No obstante, la relectura del original daba unos datos reveladores. Afirmaba que su desaparición había tenido lugar en la ciudad de Washingtown, en las navidades del año 2004. Posteriores investigaciones confirmación la existencia y desparición de un tal Robert Arthur Teleman, analista de sistemas, que trabajaba de freelance entre varias multinacionales e aquella ciudad. No tenía familia conocida, aunque era posible que hubiese cambiado de nombre, y nadie denunció su desaparición ni consta que la hubiera, salvo una entidad bancaria cuya reclamación hizo que se enajenaran los bienes y cuentas bancarias de este sujeto.
Al menos, el personaje y supuesto autor del manuscrito existió en algún momento, aunque esto no prueba la veracidad del manuscrito.
Más curioso fue la investigación llevada a cabo en la empresa Data Servers Inc., propietaria de los registros …