Hay muchas, quizá demasiadas formas de abandonar. Agunas son dignas, y honran a quienes se rinden, como las lanzas de Breda y la vieja piel del tambor. Gente que planta cara y acepta la derrota, su abandono. La hace pública y notoria para todos aquellos que le rodean empieza su nueva diáspora, su travesía en su desierto, su huída.
Otras son indignas, silenciosas y hasta rastreras.
Abandonar, rendirse, capitular, claudicar, hundirse, ceder, doblegarse, reblar… Cualquier palabra vale para cuando uno no encuentra ya razón alguna para seguir, salvo ese instinto, ese algoritmo impreso de manera indeleble en los genes de seguir caminando, de seguir luchando porque es eso lo que hay que hacer.
Hay rendiciones en silencio, interiores, de esas en la que toda la estructura interior se desploma, dejando un edificio, un cuerpo vacío, todo fachada, representando ante los demás la misma pantomima de la vida mientras por dentro uno ya está vacío del todo, ya no queda nada, absolutamente nada que le llene, que le dé razones válidas, o tan sólo justificables para salir una vez más.
Son rendiciones de cobardes. De los que no son capaces de romper abiertamente con todo y con todos, claudicaciones que esconden por vergüenza, miedo o tibieza la propia derrota, el propio abandono. Continúan representando su papel mientras dentro todo está ya perdido, y no tienen en valor de reconocerlo y huir, para luchar quizá en otro lado.
La gente continúa
luchando en la vida,
la gente se viste
mas por dentro envolvemos
el alma en un traje a medida.
La gente persiste
en tener alegría,
la gente asegura
que mañana será
finalmente su gran día.
No perdemos la manía
de tener esperanza.
Que el dios de nuestra infancia
nos venga a enseñar
otro lugar más allá.
No da para más,
no da para más,
que aparezca un alien divino
y nos haga soñar.
Alien Divino, Germán Copini