Ya os he dejado entrever que este mes de agosto ha sido penoso. Incluso más que el pasado agosto de la radio a medida.
Debe de ser porque este mes todo se ha limitado a una pelea continua sin fe, sin objetivos, a un desgaste físico y anímico, tan sólo pundonor y un sentido el honor un poco ya fuera de lugar.
Por tanto, ha sido un verano sin vacaciones, sin descanso, sin paz. Sin poder encontrarse con todo lo que uno ha ido perdiendo durante todo el año y guarda la esperanza de recuperar, al menos en parte. Tan sólo, este fatídico mes, hubo una escapada a Barcelona en la que no conseguí desconectar de nada; un viaje artificial al barrio gótico de esa ciudad que no pudo con mi melancolía.
Fue incluso peor. Con el ánimo a ras de suelo, en un decorado de innegable belleza indescriptiblemente atestado de gente y de tiendas, terminé por fijarme en todas las personas que me rodeaban; terminé por imaginar sus vidas imaginarias, terminé por imaginar las vidas que no viví en la piel y el alma de los otros.
«Cuando abra la puerta y me asome la la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las cosas ya sabidas, no el hotel de enfrente: la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mi como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario a la esquina.»
Miles de ojos, de cuerpos. Personas a las que no conozco ni conoceré y que guardan esa intimidad que uno crea y recrea, imagina, figura, que la compara con las vidas que alguna vez soñó y que se quedaron atrás por y para simepre. Vidas bohemias, desocupadas, urbanitas, elitistas, arrastradas; vidas fáciles y difíciles. Intelectuales, despreocupadas, de color de rosa o de color de hierro. Vidas con los cientos de mujeres que desfilaban antes mis ojos, imaginando todas las posibles historias para escapar de esta realidad que me sigue amenazando fiera.
Lo peor de todo es ese rememmorar pasados y futuros que no volverán ni acaecerán; es añorar la compañía de desconocidos e imaginarios compañeros de viaje que completan tus noches encadenadas de dolor. Lo peor de todo es eso: estar atrapado en aquello que tú mismo has elegido.
No soy un fulano con la lágrima fácil de esos que se quejan sólo por vicio,
si la vida se deja yo la meto mano, si no, aun me excita mi oficio.
Y como además sale gratis soñar y no creo en la reencarnación,
con un poco de imaginación partiré de viaje enseguida
a vivir otras vidas, a probarme otros nombres,
a colarme en el traje y la piel de todos los tipos que nunca seré.
Al Caponne en Chicago, legionario en Melilla, pintor en Montparnase,
mercader en Damasco, costalero en Sevilla, negro en Nueva Orleans.
Viejo verde en Sodoma, deportado en Siberia, sultán en un harén,
policía ni en broma, triunfador de la feria, gitanito en Jerez.
Tahur en Montecarlo, cigarrillo en tu boca, taxista en Nueva York,
el más chulo del barrio y tiro porque me toca, suspenso en religión.
Confesor de la reina, banderillero en Cádiz, tabernero en Dublín,
comunista en las Vegas, ahogado en el Titanic, flautista en Hammelin.
Pero si me dan a elegir entre todas las vidas yo escojo
la del pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo,
el viejo truhán, capitán de un barco que tuviera por bandera
un par de tibias y una calavera.
Billarista a tres bandas, insumiso en el cielo, dueño de un cabaret,
arañazo en tu espalda, tenor en Rigoletto, pianista de un burdel.
Bongosero en La Habana, cazador en Venecia, anciano en Shangri La
polizón en tu cama, vocalista de orquesta, mejor tiempo en Lemans.
Cronista de sucesos, detective en apuros, conservado en alcohol,
violador en tu sueños, suicida en el viaducto,guapo en un culebrón.
Morfinómano en China, desertor en la guerra, boxeador en Detroit,
cazador en la India, marinero en Marsella, fotógrafo en Play-Boy.