Posiblemente éste sea mi último post este verano.
La gente que trabaja en enseñanza acaba por medir su tiempo en cursos, y los años empiezan en septiembre y terminan en julio. Quizá éste sea mi caso. Hoy comienza a terminar un curso y en octubre empezará otro, nuevo e incierto y doloroso, como todos los principios que ya tienen de antemano un final asignado, un papel consuetudinario y abúlico.
Quien más y quien menos necesita ese descanso; quien más y quien menos necesita soñar, escaparse de esa realidad que lo anula y atenaza, que lo aliena y lo diluye en el marasmo generalizado que se proclama mundo. Necesita poner el alma en carena y ajustar velamen y jarcias, darle un poco de suavidad al corazón acartonado y desfallecido.
Ayer recibí una visita especial, la de un amigo al que aprecio y con el que creo que comparto una afinidad especial. Un buen tipo, que ha salido a hombros de muchas plazas y que tiene las ideas claras. Uno de los tantos buenos que se han ido más allá de esta menguada universidad, a otro país. Un tipo duro, que no deja de pelear allá con los flamencos. Hoy va por él, porque significa mucho de aquello que soñé, por lo que luché y que posteriormente mi cobardía me impidió perseguir. Él tuvo todo el valor, quizá toda la necesidad de abandonar tan mala tierra y tan mal señor.
A veces pienso en abandonar todo esto y empezar allí…
Gracias, Santi. Por todo, pero principalmente por la esperanza.