La vi el martes pasado, en el camino del río. Iba acompañada por tres niños, espigados y lambreños, con un cachorro de perro en los brazos y correteando alrededor de la vieja.
Me fijé en la vieja, caminando por el camino terroso y polvoriento, alejado del pueblo.
Era una vieja de las de antes, vestida de luto. achaparrada, encorvada, doblegada por la vida, pero no vencida, abrumada por el peso del dolor, del tiempo, con la cara tallada de arrugas por los golpes de la vida, caminando resignadamente como sólo puede hacerlo aquel a quien sólo le queda caminar, porque es lo que ha hecho toda la vida.
Se cruzaron fugazmente las miradas, y vi esa infinita guerra que llevaba a sus espaldas, en sus entrañas. Todo ese dolor asumido desde que el tiempo es tiempo.
Yo me preguntaba si tanta guerra había sido necesaria; si tanta lucha no hubiera sido baldía, inútil, vana … Pero creo que ella jamás se lo cuestionó, jamás se lo cuestionaría. Porque llevamos en los genes sobrevivir, luchar, pelear, aguantar las mil batallas de la guerra que es la vida con estoicismo, y aceptar la parte alicuota de dolor que nos toca en esta vida.
Todos nos hacemos viejos, la vida nos hace a todos iguales, vencedores y vencidos.
PD. Escuchando en radio Albemut: Christina Rosenvinge