Este viernes pasado acabó una semana dura, aunque hoy empieza otra. Una más y una menos, como dicen los campaneros. No obstante, la semana pasada, aparte del trabajo y la tensión de las clases, hubo un factor que ayudó a agriarme el desayuno sistemáticamente.
Pertenezco a una raza de profesores deshauciados por su mala suerte y la defección de esta universidad, como ya sabréis a estas alturas. Hace tiempo empecé a pelear por defendernos, antes de que la LOU nos destrozara, y fracasé en el intento, principalmente por mi inherente inutilidad y por la inutilidad aborregada de los ayudantes que vivían en una realidad alternativa.
Eso me jodió mucho, porque para cagarla no necesito la ayuda de nadie, así que me recluí en la soledad y decidií que, al final de toda la corrida, uno tiene que salvarse a sí mismo; no lo va a hacer nadie, administraciones, religiones, gobiernos o sicarios. Me llevó tiempo aceptarlo y rehacer mis filas para seguir peleando. Y ahora…
Ahora, a buenas horas mangas verdes, los ayudantes exigen al rector que nos trate bien y se acuerde de nosotros. Y siguen negociando de esa manera mojigata, irreal y bucólica que nos ha llevado a tan tenebrosos abismos. El lado oscuro es poderoso y esta gente aún no sabe con quién se juega los cuartos. Sus medidas de presión son ir mañana martes a que nos vea a todos y se le afloje la lágrima, se le ablande su presunto corazoncito, y enviarle una carta por correo electrónico para presionar.
Yo voy a poner mis cartas aquí, una al rector y otra para ellos. Porque si se las envío personalmente la voy a armar, y ya estoy harto de que partan la cara de gratis.
Por cierto, mañana iré con los ayudantes a esa expresión de interés. No porque los apoye, sino porque me lo pidió un amigo. Y a esos, quieras o no, no les puedes negar nada.