A veces uno se encuentra muy cansado, agotado, extenuedo, enervado. Se levanta, mira en derredor y se da cuenta, otra última vez, de que está luchando sin cesar toda su vida, de que pelea por mantener una situación que ni remotamente deseó ni esperó, que donde está no es donde soñaba y que es un sitio tan malo como cualquier otro.
Y lo peor de esa lucha es que te ha consumido, te ha vaciado, te ha dejado demasiado extendido sobre la tostada. No puedes dejar de preguntarte por qué fuiste tan cobarde; por qué no lo mandaste todo al garete hace 10, 15, 20 años, y trataste de alcanzar algún sueño, el que fuera, al precio que fuera.
Porque lo que has pagado hasta ahora no es sino el principio del fin y esta vida no es justa sino inicua y tanta pelea hace que los corazones desfallezcan…
Pero como el toro triste bajas la cabeza y embistes, porque es lo que se espera de ti, porque es lo único que sabes hacer, porque tienes la cruda, deseperante certeza de que ya no se cumplirán tus sueños y tu única salida es resistir, sobrevivir.