Al final la semana llega a su meta. O al menos, eso parece.
Esta semana era una de las tranquilas,…
…de transición. Se ha ido complicando poco a poco, lenta pero segura. Al final, el jueves hubiera matado a cualquiera. Y el problema es que no me queda el fin de semana para descansar. Siempre tengo algo que hacer que no me apetece, lo cual es una violación flagrante del pricipio del descanso: «No hacer nada o, si acaso, lo que le te apetezca».
Nunca descanso, lo he dicho mil veces, porque nunca puedo hacer lo que me apetece. Es lo que tiene vivir en sociedad. No es que me apetezca ir en bolas por la calle o matar a gente (bueno, eso sí). Pero no puedo quedarme en casa leyendo, pasear, dormir todo el día o hincharme a ver pelis porno. Siempre hay algo que hacer con alguien que no me apetece nada, pero que es socialmente correcto.
Esto ha provocado un cansancio emocional crónico que me agosta. Necesito vacaciones para el alma. Ir a comer con los suegros, míos o de mi mujer, agota a cualquiera.