Bailar con esa chica es peligroso,
requiere ser un gran funambulista,
sus piernas dan a un túnel prodigioso
y es fácil derrapar en su autopista
No hay nada mejor que trabajar bajo presión, no hay nada que me ponga más que las puñaladas por la espalda y los trabucazos en esquinas oscuras, es triste ser capaz de mucho y verse obligado a darlo, pero últimamente es lo que hay, hay que bailar la música que suena.
Pero eso no significa que me guste, no significa que mi error, que me visita de vez en cuando para recordarme en la vida hay poco sitio para recular, no sea una pared con la que me suelo estrellar en las noches en que Andrés Suárez me recuerda que al final eres como todas. O peor que todas.
Cargo la canana con munición para abatir elefantes preñados de melancolía, guardo víveres y tienda, trineo y libros, perros y música. Cada día te odio un poco más, cada día me resigno un poco más, lindando con la desesperanza, tengo la certeza de que mi hipoteca ha vencido y acabamos de joderla en territorio comanche, cuando los cristales crujen bajo tus botas y el miedo sabe a hierro en tu boca, seca, fría como culo de novicia. No vale la pena perder esa vida por ti, mejor perderla por nada.
Quizá consiga algún día acceder al tenebroso abismo que rodea ese tu corazón ciego, ese ojo que sólo mira hacia dentro, hacia el espejo que te devuelve tu figura pastosa y desahuciada. Hoy aprecio más whisky y soledad, sentimientos y honradez, seda y hierro.
Hoy esta entrada no tiene corazón ni sentido. Como todo lo que hice por ti.