Me enamoré de una mujer
que se llamaba como tú.
En su pecho vivía un dragón
y en sus caderas
zumbaban las abejas en verano.
Me declaré a una mujer
que vestía como tú,
que reía como el viento
cuando silba entre la hierba,
que derramaba el licor y la alegría,
que se comía el mundo
sin mirar a mi lado.
Me rechazó una mujer
que reía como tú,
que me dejó con el alma en bancarrota,
la esperanza en el alero,
la pena en las rodillas.
Me emborraché por una mujer
que olía como tú.
Cerré bares y libretas,
le escribí hasta en las flores,
me bebí hasta las nubes,
derramé en vano
todo el amor que me quedaba.
Me olvidé de una mujer
que olvidaba como tú.
Algo no salió como esperaba,
se agrietó mi olvido
y por las costuras
se filtraron tu risa,
tus caderas,
tu pecho,
tu aroma,
tus flores,
tus nubes;
y también
tu desdén,
tu indiferencia.
Me desgarró una mujer
con la boca como tú.
Besaba como mordía,
o quizá confundí
besos con bocados,
manos con tijeras,
amor con dinero,
lluvia con araña.
Me escapé de una mujer
que corría como tú,
que corría más que yo,
sin mirarme, sin besarme, sin amarme.
Me escondí en mi laberinto
a esperar una mujer como tú,
pero que esta vez
no seas tú sino otra
que ame, ría, bese, corra
como tú nunca hiciste.