Intento ser yo,
pese a todo el mundo
que se ha desquiciado,
y el príncipe loco
apenas si enmienda su infortunio.

Sigue el tableteo de la tormenta de plomo,
sigo sin echarte de menos,
ya no sé si es porque no te conozco,
porque no puedo olvidarte,
porque Maslow me ha jodido
con la punta de su pirámide.

Esta ausencia de esperanza
pesa como el infinito.
Pesa en el alma,
pesa en el cuerpo,
pesa en el corazón
que ya no te busca.
Todo está fuera de quicio,
fuera de escala,
fuera de equilibrio.

Ya no queda huida para salir a buscarte,
ya no vales la pena ni la alegría,
y tu risa no justifica tantos muertos,
tanto dolor,
tanto amor vertido en vano
desde los astilleros de mi espalda.

Reconozco la derrota
cuando el alma desfallece,
cuando los sueños pesan
y se hunden como mercurio
en los olvidos que la poesía apenas puede recordar.

Ya no estás en ningunos de mis finales,
ya no queda arena en mi reloj,
ya no queda esperanza
ni ganas de tenerla.

Quizá por eso dueles de una manera rara,
de la manera del que asume que todo está perdido,
que nada vale la pena,
que no vales la pena.
Que no queda ni un rayo de sol
en esta puta aurora de rosáceos dedos
que me ilumine el rostro
ante estas murallas de Troya,
donde lo mejor que puedo hacer
es caer a sus pies y olvidarme
de esta Helena por la que partieron mil naves.

Me he equivocado tantas veces
que todavía dueles
cuando no debieras hacerlo.
Pero ya no quiero tu vida
ni tu perro
ni tu pelo
ni tu casa
ni tu risa
ni tu cama.
Quizá en otra vida
donde tú no seas tú
y yo sea un tonto feliz
a tu lado.