Anoche ocurrió lo que no había ocurrido desde hacía mil años. Cerré los bares del Cedro, me bebí hasta el agua de los floreros, bailé como un poseso y supongo que fui la envidia de media Valencia por la rutilante compañía.
Y hablé. Ni la mitad de lo que debí haber hablado, contado, vivido. Siempre dejo lo mejor, lo más duro, lo que me hundirá, en el tintero. Para tener un segundo cartucho, quizá el último. Sí, el último.
Por un rato, un buen rato, fui feliz y la vida pareció reconciliarse conmigo. Que todavía podría encender dos lunas en tu espalda.