Hola a todos. Segundo día en los flamantes (y caóticos) edificios de la nueva escuela de ingenierías de la UV. Este año, por primera vez en muchos, llego sin ninguna gana de meterme a bregar con el día a día, de volver al trabajo. Por primera vez en mucho tiempo, deseo rendirme y quedarme en la cama días y días hasta que pase todo. Pero lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
Este año las vacaciones han acabado con todo mi ser. Han acabado con mi tiempo, con mi bolsillo, con mi esperanza, con mi felicidad, con mi fortaleza. Todo el trabajo que pospuse para irme de vacaciones me espera fiero a la vuelta, y yo he vuelto desgajado, con una enorme herida abierta que creo que no cerrará nunca, con una desilusión y desesperanza más allá de toda medida. Con una sensación de que las cosas han ido mal, para unos más que otros.
En la vida todo es perder. Hay gente que siempre pierde; hay gente que no se da cuenta de que pierde, pero todos en la vida perdemos, muchas veces. No voy a hablar por los demás, cada uno debe sacar sus conclusiones, pero este verano he perdido todo definitivamente. Me la jugué y perdí, y ahora he recibido la factura. No sé si es justo o no, si lo hice bien o lo hice mal: mi obligación es dudar de todo, ponerlo todo en tela de juicio, dudar de mí. Y ahora me queda un enorme agujero, una incertidumbre, un sabor en el fondo del paladar amargo. Creía que no me lo merecía, pero la vida no es cuestión de merecimiento o justicia, y lo que hay es lo que hay.
Así que vuelvo a la trinchera, con dolor, desesperanza, decepción, desilusión. Sabiendo que sólo queda pelear y seguir adelante, haciendo lo que uno cree que debe hacer. Siendo fiel a su palabra, sus compromisos y sus amigos, leal con quien se juró lealtad y tierno con el que cayó o se perdió por el camino, nunca sabremos por culpa o por error. Y nadie estamos libres de errores, de culpa, así que hurgaremos en el fondo de nuestro corazón muerto para preguntarle si hicimos algo mal, qué hicimos mal. O igual fue la vida, que es injusta y traicionera y de vez en cuando nos arroja a los pies de los caballos por azar o defección, y todo esto es apacentarse de viento, como dice el Eclesiastés.
Pero hay que seguir. Caminando en la oscuridad, esperando que las heridas cierren y las personas a las que fallamos o nos fallaron llamen de nuevo a nuestras puertas o pasen bajo nuestro balcón. Esperando que la vida nos dé una oportunidad, que día a día, ahora más que nunca, nos arrebata cuando parecía que la teníamos entre los dedos. No sé si olvidando, perdonando, arrepintiéndose o saltando al vacío. Preparándose para un invierno largo y frío, para unos más que para otros.
Y, aunque parezca mentira, «se me hizo fácil».