Esta tarde he subido al campanario a tocar; era la Ascensión («tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión»). He estado allí tres cuartos de hora, hablando un rato con Andrés, asomado por los vanos de las campanas, con la mirada perdida en Segorbe y sus alrededores.
Y pensando.
Pasando cuentas de mi vida, pensando en todos los trenes que no tomé, que no me atreví, que no tuve valor. Yo, que en mi vida profesional lo tuve tan claro y tanto peleé por alcanzar mi meta, me doy cuenta de que fui un completo cobarde en mi vida personal. Que tuve miedo, que no aposté, que no arriesgué mi corazón maltrecho por miedo al dolor y a la tristeza. Y ahora todo me pasa factura.
Quizá me pasaría factura si hubiese sido más valiente, otra factura con otro concepto, de otra empresa y con otro NIF, pero factura al fin y al cabo. Y estaría en mi universo paralelo quejándome en ese blog y deseando haber sido más cobarde, no haber pagado un precio tan alto, no haber quemado mi corazón…
Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena, dice Sabina.
Buenas noches, dulce niña.