Hola a todos. Son momentos muy difíciles, personal y familiarmente. De nuevo la decepción, la traición, la injusticia me golpean de forma cruel, las personas me fallan y trago saliva y bilis y aguanto el tirón como siempre, como nunca. Morir de sed a la vista de las palmeras, otra puta vez.
Sueños y esperanza hechos pedazos, amarga decepción, 1000 pedazos de mi corazón volaron por toda la habitación. Así que no me queda más remedio que rendirme. Clavarme un puñal en el corazón y seguir adelante con la cabeza, como otras tantas veces. Cerrar puertas y ventanas, huir hacia delante, con la esperanza de que todo se arregle y salga otro sol otro día en otra tierra. De conocer a alguien que no me traicione, que no tome los caminos fáciles mientras yo me resigno a sostener el mundo.
Volver al principio, instrucciones de Vizzini cuando algo sale mal. Todo ha salido mal, no podría haber salido peor. Y aquí me quedo, entre los restos del naufragio, a verlas venir. A predecir lo malo, que me sale de puta madre. A cerrar heridas, a planear venganzas, a preparar planes para asaltar Fort Knox, a no suplicar, a no llorar, a no escuchar a Quique González, a Rebeca Jiménez, a Los Secretos, a no ver La princesa prometida ni Beautiful Girls. A buscar alguien que valga la pena y yo valga la pena para ella, y me diga «me la estoy jugando» al oído.
Así que cierro una gran parte de mi vida, entierro un par de sueños y esperanzas donde nadie los pueda encontrar nunca, y acabo con todo y con todos aquellos que me han traicionado, decepcionado, defraudado, maltratado. Mucho más fácil cerrar los ojos y llorar por dentro. Me voy, todo lo lejos que pueda, a buscar lo que no tengo.
Apelo a la rabia, al resentimiento, al odio que tantas veces me ha hecho andar los últimos metros y tomar la trinchera enemiga. Siempre me he preciado de llegar dónde deseaba, de alcanzar mis metas. Quizá esta vez me dé cuenta de que hay metas que no valen la pena, que están vacías, como dijo el principito. La próxima vez no pienso fallar. Me enfrentaré al hombre con seis dedos y le diré: Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre, prepárate a morir.
Recogeré los restos del naufragio, cerraré mis filas y prepararé la nueva defensa, el nuevo asalto, los nuevos objetivos. Vida nueva y gente nueva, nada más. Nada sirve de nada, salvo andar hacia otra playa, con la esperanza de que allí alguien me cante al oído, aunque sean las sirenas que me lleven a la perdición.
Me equivoqué, me equivoqué en introducción, en el nudo y en el desenlace. Me equivocaba contigo, me equivoqué con todos y con todo. No supe calcular mi trayectoria de kamikaze y acabé estrellándome contra el duro suelo, sin consuelo. De nada sirvió apelar a la ternura…
Lo siento. Lo siento por vosotros, por mí, por ella. ¿Cuándo fue la última vez que te amaron tanto?