Adiós, muchacha

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Se llamaba Maia Rosa Orlando Pena, aunque la llamábamos Yoli. Era portuguesa, y dio muchos, demasiados tumbos por la vida. Al final su mala suerte la llevó a  casa de mis padres, donde se quedó a vivir, a ayudarnos y a olvidar.

No tenía nada ni a nadie. Cuando mi madre ingresó en el hospital en julio, ella también lo hizo. Le diagnosticaron un cáncer, y duró, navegando entre días duros, hasta el domingo 28 de noviembre. Al menos no murió sola.

No tenía a nadie. Nadie de su familia fue a su entierro, sólo 18 personas, prácticamente toda mi familia y unos cuantos amigos, casi más nuestros que suyos. Un entierro rocambolesco, triste y gris, un martes a las 11 de la mañana. Casi un entierro como el de «El tercer hombre». Aunque en la vida real no es demasiado agradable.

Si algún familiar o amigo se encuentra entre el público, ya sabe dónde está.

Mi madre, y Yoli al fondo
Mi madre, y Yoli al fondo