Llamó al timbre la tristeza
y salimos de paseo.
Caminamos
cogidos de la mano
sin que nadie nos viera,
sin tocarnos,
salvo con los dedos del alma.
Nos miramos a los ojos,
casi sin vernos,
mientras todos nos miraban.
Y caminamos por la aurora
con la nieve a la espalda.
Fueron calles largas,
solitarias,
abarrotadas,
llenas de viento y de luz y de sombreros y de relojes atrasados.
Metimos la mano en el espejo de azogue
y estaba solo.
Te llamé, te llamo, te llamaré, te llamaremos, te llamaron, te llamamos.