Un faro en una botella

en
Tengo una luz encendida en el corazón.

Titila cada 49 segundos, emitiendo un corto mensaje de puntos y rayas.

Una vez atrajo una triste y perdida polilla que se quedó a dormir en mi corazón. Todavía guardo el polvo de sus alas en mis paredes.

Durante mucho tiempo esa luz fue mi única compañía mientras lanzaba botellas color verde esperanza.

Un día llegó una mariquita, perdida, aterida, triste, con una mochila llena de pesares. Marilia se hizo llamar, quizá porque Ella siempre baila sola, y se quedó a vivir en una caja de cerillas.

Nunca entendí del todo qué había en sus antenas, debajo de aquel caparazón stendhaliano. Pintaba en mis paredes, escribía en desordenadas cuartillas que el viento arrastraba y la lluvia borraba.

Y así pasó el tiempo entre risas, lágrimas, alegría, tristeza, escritos, pinturas y laberintos de los que apenas supe encontrar una salida con mi boli de 4 colores.

Hoy recupero los escritos, aquellos que guardé tras el tifón, miro cuadros, ordeno recuerdos, hago poemas que no son tales (como éste, que no es sino prosa desordenada), y busco el hilo de Ariadna
que lo resuelva todo.

Sigue, de alguna manera misteriosa, decorando mi faro. Yo, por mi parte, estudio en los arcanos, busco una solución imposible a un problema viejo como el mundo, lucho por encontrar el camino que resuelva esta terrible ecuación.

Soy viejo, débil, falible y llevo más cicatrices que trincheras hirieron la tierra, mis labios saben a sal de lágrimas y sangre de unicornio. Pero no suelto la espada ni la brújula. Mientras quede entropía sobre esta bola regada con sangre de sus hijos, no dejaré de buscar la solución del problema imposible.

Para esto, y sólo esto, nació la poesía.
De vez en cuando la vida, Joan Manuel Serrat