Epifanía

en
Se me perdieron las musas y,
con ellas,
las ganas de escribir.
Cuesta a veces vaciar la sentina
de un corazón desahuciado,
de un ejército errante,
de una ciudad sin ventanas.
Decir corazón, verano, estrella,
canciones, risa, esperanza.
Buscar verbos con que coser palabras
cuando cae el silencio.

Pero no hay peros esta vez.
Y las palabras irrumpen,
saltan las cercas y las paredes,
inundan los pastos,
apagan los incendios de pena,
enarbolan banderas flameantes
y atronantes pífanos y tambores
ante las murallas de tu Troya.

Y entonces
los semáforos parpadean
en un Madrid mojado de lágrimas,
los pasos de cebra son las rejas
que tratan de encerrar los poemas perdidos,
las notas del tintineo de tu risa,
la batalla perdida entre tus brazos.
La grandeza de un corazón maniatado,
el dolor de una lanza en el costado.

Vuelves a empuñar
la lanza
el arado
la espada
el fusil
la pluma
la esperanza.
Todo se vuelve puntiagudo y luminoso,
todo huele a prisa y luna,
y las caras difuminan su burla,
suenan las máquinas de pinball
dándote la bola extra,
sientes la vida irrumpir,
la grandeza tomar las murallas
y gritar a los enemigos.
Te sientes
vivo
otra vez.

Y el mundo deja de ser esa basura espacial
vagabunda de la vía láctea;
es la pelota que golpeas,
el polvo en tus botas,
la X que marca el tesoro escondido,
los números de Matrix
que desvelan las vergüenzas de los necios.
Te sientes.
Te sientes.
Tomas conciencia de ti.
Y gritas
al tiempo y al espacio
para decirle
que esta partida,
que seguro que vamos a perder,
aún no ha terminado.
Que no nos rendiremos
con tanta guerra en la mochila.
Lugares, Fabián D. Cuesta