Esta desordenada vida que llevo me permite, cuando la modorra lo autoriza, darle vueltas a ciertas cosas mientras conduzco.
Ayer, la actitud de una persona me decepcionó profundamente. Quizá era una crónica de una muerte anunciada, quizá era simplemente que mi mochila se carga más y más, y que las personas que no piensan en los demás como yo lo hago acaban por hacerme demasiado daño, porque no las comprendo.
Así pues, anoche, mientras conducía hacia casa, sumido en esa decepción, en esas sempiternas horas bajas que me mantienen a flote, pensaba en qué necesitaba yo. Ya convine días atrás en que necesitaba otra vida, pero no una vida cualquiera. Ésta que tengo ahora, tan atractiva desde fuera, me enerva, me agota. Sigo huyendo porque el sitio donde estoy, tan lejos de donde partí, no es donde quería estar. Aunque no hay manera de encontrar el camino que me satisfaga, el proyecto que de verdad me llene y aplaque este furor de aventuras equinocciales, quien me haga sentarme a su lado y me anule de una vez por todas.
Así que necesito a alguien, algo, que sea capaz de finalizar el puzzle de mi alma, de recomponer los pedazos de mi corazón. Que justifique la renuncia a seguir corriendo hacia ninguna parte, huyendo de todo. Necesito ser salvado, ya que yo soy incapaz de sentarme a la sombra contemplando el perfil de la tierra, el corazón más bello del mundo. No tengo suficiente paz, no me quiero tanto como para cuidarme, y no consigo que nadie me dé las razones para hacerlo.
He lanzado demasiadas botellas al mar con S.O.S. A este paso vendrá el Seprona a denunciarme por llenar el mar de basura, por crear una isla artificial de decepción y pena.