Acaba esta semana terrible, terrible por mil cosas.
No ha sido duro volver al trabajo, pero ha sido dura la rutina, la realidad. Que todo vuelva a ser como antes, que nada haya cambiado y mi vida siga teniendo ese regusto amargo de la desesperanza. Eso ha sido lo que han traído las navidades: resignación.
Es la historia de mis últimos años: no haber aprendido a resignarme de esta vida que elegí, diseñé y ahora disfruto o padezco, según se mire. Sigo enfermo de esa ansiedad de querer ver otros amaneceres en otras ciudades, tener otro futuro aunque sea incierto, volver a descubrir, a ilusionarme, a tener ganas de pelear y de comerme la vida y a quien tenga a mi lado. Anhelar con esperanza. Sólo la esperanza puede vencer al miedo.
Así que no me culpéis si buceo en mis canciones melancólicas buscando otros corazones. No estoy triste, es que me acuerdo.