No sé si es cierto o no, pero considero que me crezco ante la adversidad. Al menos eso quiero creer de mí mismo. Y más ahora, en estos momentos en que los problemas han subido dos puntos en la complejidad de los mismos.
Para alguien que sólo deseaba tranquilidad, no son los mejores momentos. Esta huida hacia adelante sólo ha traído problemas de más envergadura, toros más duros de lidiar y un factor de escala que no me esperaba.
Por tanto, estoy subido de vueltas, desplegando todo lo que sé, por perro y por viejo, para llegar más lejos y golpear todo lo duro que sepa, que pueda, sabiendo que me lo van a devolver, que me lo van a guardar. Va de oficio. Y, si no, leed a Maquiavelo.
En lo personal la cosa apunta mal. Todo se complica, y los problemas crecen, las heridas se abren y sólo veo dolor a mi alrededor, un futuro negro. Una lástima. Creía estar en estacionario, pero todo se complica. Y no me apetecen problemas ni complicaciones, estoy viejo y cansado, y cada vez tengo que centrar más mis fuerzas en aquello que me está hundiendo.
Espero que mañana Rajoy no me hunda un poco más. Si lo hace, van a sonar las alarmas y encenderse las luces rojas: ahora mismo estoy al borde de todos mis límites: personal, económico, laboral, sentimental… Como se rompa una sola cuerda voy a declararme zona catastrófica.
Por lo pronto, rebelde como estoy contra el mundo y lo que me rodea, huyo a Londres para relanzar mi línea de investigación, BigData en el Imperial College. De nuevo los fantasmas de los viajes: ir a ciudades bonitas sin la familia, sin las personas que quieres a tu lado, que no puedan ver lo que estás viendo tus ojos, que no puedas compartirlo con ellos, me pone triste. Demasiadas deudas en la hoja de viajes para los míos, que no puedo pagarles: Venecia, Brujas, Atlanta,… Ya no recuerdo más.