Por fin acaba la semana, aunque la intensidad no baja, ni bajará hasta Pascua. Aquí sigo, aguantando mecha, hasta que vuelva a salir el sol. Ya queda poca gente, nadie con quien echarme un suspiro de Lagavulin y arreglar el país. Después de lo de Garzón, y desde el completo desconocimiento que tengo, creo que España es un país de pandereta, de enemistades personales, de rencillas, rencores y puñaladas por la espalda. Un país maldito y desagradecido que sólo tiene lo que se merece.
Me voy para casa. Este fin de semana no será para descansar. ni el cuerpo ni el alma ni la mente. Del corazón, mejor ni hablar. Demasiadas decepciones, demasiado peso en la mochila que arrastro en mi épica huida hacia adelante, hacia el cementerio de elefantes de las películas de Tarzán.