Tiempos oscuros, como decía Gandalf a menudo en El Señor de los Anillos (tendré que volver a leerlo). Pero son los que nos ha tocado vivir. Son días de una infinita tristeza, de cien mil preguntas a las que ya no busco respuesta, porque no soporto más dolor ni más tristeza.
Estuve todo el domingo pasado dándoles vueltas a muchas, demasiadas cosas. Y acabé decidiendo que en la vida sólo he aprendido una cosa: que estoy solo. Que todo lo que voy a obtener en la vida es lo que yo me gane, o alcance. Nadie me va a dar nada. Que la mala suerte no es culpable de mucho, y que nos la labramos día a día, que nuestros errores nos pasan factura. Que la buena suerte no aparece nunca.
Toda nuestra vida se reduce a lo que nosotros hagamos de ella, lo bueno y lo malo. Y la suerte, buena o mala, vendrá y nos dará el beso en la boca o la patada en el culo cuando le apetezca.
Pero en este vida estamos terriblemente solos. Hay que asumirlo, es la mejor medicina. Y uno debe hacer lo que debe hacer, lo correcto, aunque duela. Por ahora, según yo, en mi humilde y triste escala, es lo único que funciona.
Vuelvo a la trinchera. Tristeza y dolor aparte, tengo muchísimo trabajo, muchísimos marrones y ninguna gana de hacer nada. Habrá que tirar de oficio.