Casi terminan mis vacaciones en Tenerife, una semana en un todo incluido con sabor agridulace. Unas vacaciones que me recargan poco, más bien me descargan, me preocupan un poco; a veces me duelen o decepciona. Pero la amistad y la lealtad conllevan obligaciones que, cuando decides asumirlas, llevan más allá de lo personal.
Con ganas de volver a la trinchera, arreglar un poco mi vida y afrontar el largo, frío invierno. Preocupado, atemorizado por una amiga que me ha enseñado una cara triste, amarga, inmerecida por mi parte, que ha perdido (o quizá nunca encontró) el camino de la esperanza.
No sé qué hacer. Sólo huir hacia delante y pelear. Para eso están los amigos, o eso dicen. Otra herida en el costado que se iluminará en las noches oscuras del alma.