El jueves estuve en el concierto de Quique González. Casi dos horas y media y unas cuantas canciones.Todos sentados en una especie de teatro al aire libre, y mucha gente de mi quinta. Gente de todas las edades y colores. Comenzó con Daiquiri Blues, y a la tercera volaba por Kamikazes enamorados. Luego, alternando canciones de su último disco con las de siempre. A mitad del concierto acabé en el escenario, con la juventud, a tres metros de Quique González, y allí terminé el concierto. Pegando saltos con la gente.
El concierto estuvo muy bien (el cabrito de Guillem, que me cambió por una pájaras, me pasará las fotos). La única objeción al concierto viene por mí: iba solo y estoy mayor.
Y la conjunción de estas dos circuntacias, de estos dos planetas rotundos, pesa demasiado. Como dijo Sabina, no estoy yo para gorgoritos. Mi concierto ideal es un Quique González acústico e intimista, un local pequeñito y con poca luz, medio pedete lúcido de Lagavulin y una mujer al lado. Una mujer de seda y hierro, con el otro medio pedete lúcido.
Yo ya no estoy para esos conciertos como los de la otra noche. Estoy para estos últimos que he contado.