Hoy comienza de nuevo las sesiones del congreso de diputados. Tras tres meses de (merecidísimas) vacaciones, esos próceres de de la patria, egregias figuras que destacan por su honradez, experiencia y sabiduría, vuelven a tomar con mano firme las riendas del país, con la mente y el corazón puestas en el bien común y en los probos patriotas que necesitan de su saber para vivir.
¿Y qué podemos hacer? Se han montado un enorme chiringuito donde comen, beben, fornican y corrompen, y no podemos hacer nada para echarlos. Ni queremos: las noticias que dan con sus nuevas medidas, sus nuevos sueldos, sus nuevos enjuagues salen igual que entran en los oídos de esta indolente nación aborregada, mansa y despreocupada.
Y no hay forma de echarlos en las elecciones: los mismos perros con los mismos collares, ladrando al que viene de fuera, al competente, por si acaso. Siempre lo mismo, siempre lo mismo, siempre lo mismo.
La democracia, en manos de nuestros políticos incompetentes, corruptos y chabacanos, es un arte de minorías: encontrar minorías contra las que azuzar y lanzar a las mayorías, conculcar sus derechos, arrasarlas y buscar otra minoría. Así hasta que no quede nadie con capacidad ni espíritu de defensa, de lucha. Así ellos podrán vivir aún mejor, que ése ha sido siempre su único objetivo.
No queda sino batirse.