De libros y bibliotecas

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Montag quemando libros
¿Quemar o leer? He aquí el dilema

Nunca leo los prólogos de los libros. Cuando pillas un librito y decides leerlo, te sueles encontrar con que el autor (o el editor, o vaya usted a saber quién) ha buscado a un amigo que le escriba un prólogo glosando las maravillas de la obra. O a veces, en colecciones, un sesudo intelectual conocedor de la época, obra y autor, además de otras venéreas virtudes, explica la importancia de esa obra y qué arcanas razones han motivado, al menos sobre el papel, a incluir esa obra imprescindible.

Y es que eso no lo trago. Yo, que quiero, y a duras penas lo consigo, formarme mi opinión, quiero leer la obra tal y como el autor la concibió, leyendo lo que escribió sin injerencia externa alguna. A veces, en todo caso, cuando acabo la obra me leo el prólog para ver si después me aporta algo. Pero si contamos con que una obra necesita de un prólogo de un estudioso o de un amigo del autor para entenderla plenamente, pues vaya mierda de obra, o de escritor.

Y pasando a lo que leo ahora, de vez en cuando empiezo a leer literatura en español (escrita en o traducida al), porque cada vez me doy cuenta de que sé menos expresarme en mi propia lengua.  Abuso de textos científicos y técnicos en inglés, y a veces no sé ni decir en español lo que leo en inglés. Encima, leyendo a Reverte, que de vez en cuando destaca la importancia de leer a los clásicos, me entra mala conciencia y me vuelvo a mi idioma, dejando que la Pérfica Albión embelese a otros con sus promesas de un futuro mejor.

Así que casi me leí Be-Hur (aunque no acabé porque están que no cagan con la religión y a mí esas disquisiciones filosóficas me la ponen muy blanda), para pasar por «El Gran Gatsby» (que, curiosamente, recomendaba Reverte al recordar a Scott Fitzgerald en algún anuversario) y ahora estoy con «La colmena». Me he saltado «Hamlet», pero ya me he leído un par de veces.

Mi problema: leo y leo pero no me acuerdo nunca de nada.

Maldito Alzheimer.