Y van mil. Ya todo ha llegado al final del precipicio. Mi vida interior, mi vida personal está completamente muerta, con certificado de defunción. En toda mi vida ya no existe ni un solo minuto para mí mismo. Completamente desfondando, absolutamente hundido, lastrado por absolutamente todo, tan sólo queda pelear por sacar la cabeza del agua.
Soy consciente de que todo esto pasará, pero tengo que luchar para que eso ocurra. Tengo que pelear para lograr una posición estable que me permita aforntar alguna que otra aspiración personal. Ahora mismo mi vida está plagada de emergencias, prioridades, compromisos, lastres. Las noches insomnes están tachonadas de deseos de huir, de abandonarlo todo y a todos; pero aún más peligrosos son esos destellos, esas fulguraciones en las que a mi mente afloran recuerdos de miles de sueños pretéritos. Imágenes de sueños que tuve hace años afloran ahora con una nitidez hasta dolorosa. Algo se está rompiendo dentro de mi cabeza.
Con todos mis sueños muertos y casi enterrados (sólo queda ya dar sepultura a mi Land Rover), no me queda otra opción que refugiarme en la cotidianeidad, en el aburrimiento, en la pelea fragosa y ramplona, con la esperanza de que algún día vualva a ver la luz y pueda pelear por algún sueño.
Mientras tanto, sólo pienso en huir a un país sin tratado de extradición.