Llevo tres días con un dolor de espalda, de pecho y no sé qué más que no me deja hacer demasiado. Además, tampoco tengo muchas ganas, así que me he pasado un par de días de relajo. Mañana empieza la faena algo más dura.
Y debe de ser por eso por lo que no sé qué escribir. Decía Reverte que escribir es un trabajo como otro cualquiera. Requiere constancia, requiere todos los días sentarse ante el ordenador y empezar a hacerlo, obligarse a realizar esa tarea metódica y anodina de plasmar lo que pasa por tu cabeza, tenga mucho o poco sentido. Quiero suponer que será eso, pero a mí me resulta muy difícil escribir sin que las musas me asistan en tan riguroso trance. Quizá es por eso por lo que, al final, nunca he escrito nada, aunque presumo de muchas y excelentes ideas. Y es que las musas me visitan en los sitios más insospechados, a las horas más intempestivas, a menudo en esa tierra de nadie que media entre la vigilia y el sueño, territorio tenebroso y maravilloso.
No sé por qué, pero espero un golpe de suerte; quizá lo necesito, lo anhelo. Quizá si no lo obtengo me hunda (lo dudo, porque tanto desierto te hace a esperar lo peor por definición). Pero si lo tuviera, si por una sola vez todo se arreglara y me descargara de tanto peso, de tantas cuitas y desvelos, me vendría tan bien…